jueves, 11 de septiembre de 2008

El Ültimo Escondite de María Magdalena




¿Llegó María Magdalena al sur de Francia en el siglo I? ¿Es cierto que vino acompañada por su hija de raza negra? ¿Fue ésta el fruto de su amor con Jesús de Nazaret? ¿Cómo se urdió un mito tan retorcido en plena Edad Media? Javier Sierra sigue los pasos de la leyenda.
Por Javier SierraEn 1888 el pequeño pueblo marinero francés de Les Saintes Maries de la Mer entró en la Historia por la puerta grande. Hacía sólo medio siglo que había cambiado su antiguo nombre de Notre Dame de la Mer por el de Les Santes Maries, cuando un joven pintor holandés de 35 años lo eligió para pasar una temporada en él. Se llamaba Vincent Van Gogh, y lo que vio en sus playas lo marcó para siempre. El batir del Mediterráneo contra la desembocadura del Ródano, la luz y su bullicio terminaron por hechizarlo. E inspirado por todo aquello, en tiempo récord, pintó más de 200 cuadros, muchos de ellos con la arena y los velámenes marineros como protagonistas.
Hoy sabemos que fue su periodo creativo más fértil y que allí escribió uno de los capítulos más brillantes de la reciente historia del arte. Sin embargo, jamás tendremos la certeza de si aquella estancia sirvió a Van Gogh para adentrarse en el secreto que escondía el pueblo. Ni si se cuestionó alguna vez sobre por qué aquel lugar cambió tantas veces de nombre antes de su llegada.
Es curioso: la última vez que visité Les Saintes Maries, sus casi 2.500 habitantes permanentes presumían orgullosos del curioso nombre de su villa. Saben que sus antepasados honraron así una vieja y controvertida leyenda del lugar, según la cual María Magdalena, María Salomé y María la madre del apóstol Santiago desembarcaron en aquellas mismas playas hacia el año 40 de nuestra era.
Huían de las primeras persecuciones cristianas, y en su barca -una suerte de patera sin velas ni remos- las acompañaban Lázaro, el resucitado; su hermana, Marta; Máximo, futuro obispo de Aix-en-Provence y cierta Sara, a la que algunos creyeron hija y otros sirvienta de la Magdalena.
Cuando aquella expedición puso pie en tierra, sólo hallaron un campamento romano con nombre de dios egipcio: Ra. El geógrafo y poeta romano Rufo Festo Avieno, en su Descriptio Orbis Térrea, escrita 400 años más tarde, contó que Ra mudó por primera vez de nombre tras aquella ilustre visita. El fuerte dio paso a un pueblo que se llamó Ratis, que significa barco. Y aunque no mencionó si aquello estaba directamente relacionado con la leyenda de la barca de las Marías, es más que probable que fuera así.
¿Hija de Jesús? Hoy Les Santes Maries de la Mer es un lugar popular para los amantes del misterio. Nadie pregunta ya por Van Gogh.En cambio, las dudas sobre la filiación de Sara crecen por doquier.¿Era hija de María Magdalena? ¿Y quién fue su padre?
Todos especulan, pero nadie tiene pruebas para demostrar sus teorías. De momento, Sara la Kali es allí la patrona de los gitanos.Cada 25 de mayo, miles de ellos acuden a sacarla en procesión y honrarla. Kali significa negra, y aunque de ese color es la efigie que sumergen una vez al año en el Mediterráneo, su simbolismo procede de otro lugar.
Negro o Kemet era el nombre antiguo de Egipto. Como egipcios o egipcianos era el apelativo ancestral de la raza gitana. Pero esa negrura también es a decir de Margaret Starbird, experta en María Magdalena, «un símbolo de su estado oculto; era la reina desconocida, postergada, repudiada y vilipendiada por la Iglesia a lo largo de los siglos, en un intento por negar la descendencia legítima y por mantener las propias doctrinas sobre la divinidad y celibato de Jesús».
Con Starbird me reuní el pasado mes de abril en Seattle. Sus libros, hasta hace poco minoritarios, son ahora muy populares en los Estados Unidos. Dan Brown la consultó varias veces mientras escribía El código Da Vinci, y el éxito de su novela la arrastró a la fama. Durante nuestro encuentro, repasamos todas sus tesis, pero especialmente una: que María Magdalena, como dice la leyenda, llegó a Francia acompañada de un vástago de unos 9 años, fruto de su hieros gamos -o matrimonio sagrado- con Jesús.
Y que de esa descendencia surgirían después los reyes merovingios franceses. «¿Se ha dado usted cuenta de lo que esconde la palabra merovingio?», me preguntó Starbird. «Sus dos sílabas fundamentales, mer y vin, son referencias en francés antiguo a María y vino.El vino de María es una metáfora al producto de su vientre».
Es probable que nunca sepamos si esa leyenda tuvo un poso real o no. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de su tremenda influencia.Diez años antes de El código Da Vinci, el escritor Peter Berling ya noveló esa supuesta descendencia sagrada en Los hijos del Grial. Incluso Anne Rice, famosa gracias a su novela Entrevista con el vampiro y sus sagas de terror gótico, decidió el año pasado saltar a las novelas de intriga religiosa para reconstruir los años olvidados de Jesús. El libro de su vida marital está, seguro, por llegar.
Lo curioso es que toda esta «ficción» empezó en la Edad Media.
Fue en 1448 cuando se descubrieron en Les Saintes Maries las reliquias de dos de las tres Marías del mito, la jacobita y María Salomé. Y con ellas se disparó el mito. En aquella remota época de fabricación de objetos de culto, sus huesos pronto se convirtieron en un irresistible foco de atracción piadosa.
Los peregrinos eran el motor turístico del tiempo, y muchos desviaron sus pasos para venerarlos. Los huesos de la Magdalena, sin embargo, no estaban allí. Hacía tiempo que se guardaban en otro lugar: en la iglesia de San Máximo en Sainte Baume, santo bálsamo, como el frasco de alabastro con el que tradicionalmente se representa siempre a María Magdalena.
En Sainte Baume encontraron el cráneo de la santa y algunos huesos más. Fue el 9 de septiembre de 1279 cuando Carlos II de Anjou, futuro rey de Nápoles, se atribuyó su hallazgo. Más tarde, el papa Bonifacio VIII aprobó su culto, ignorando que otra remota pero importante ciudad, esta vez de la Borgoña, había reclamado hacía tiempo la posesión de esos mismos huesos: Vézelay.
También viajé hasta allí. Quería ver con mis ojos qué quedaba de esa tradición que arrancó hacia el año 1030. Y lo que hallé me dejó perplejo. Las supuestas reliquias de María Magdalena se exhiben aún, tal y como esperaba, en una especie de arca de cristal en la cripta de la basílica que lleva el nombre de la santa. Lo hacen en una especie de hornacina decorada con flores de lis -la planta de la realeza gala-, y frente a un altar con una custodia dorada con forma de ankh, la cruz ansata egipcia.
¿Era eso un acertijo? ¿Acaso un guiño a otra antigua leyenda francesa, que situó el parto de la Magdalena en Egipto?
En efecto: en el siglo VI, san Gregorio de Tours, obispo de esa ciudad gala, recogió otra leyenda sobre María Magdalena en su obra De miraculis. En ella afirma que la santa huyó a Alejandría de las persecuciones a los cristianos, y que allí dio a luz a Sara. La misma Sara la Kali, la egipciana, que encontré en Les Saintes Maries. Sin embargo, San Gregorio no menciona Francia en el periplo vital de ambas mujeres, sino que las relega a Éfeso, donde pasarán el resto de sus días. Y del padre de Sara no dice ni palabra. ¿Supo algo Gregorio que nosotros ignoramos?
Dejé Vézelay y los ecos de Santa María Magdalena con las mil y un leyendas que aún se cuecen a fuego lento en sus empinadas calles. No es de extrañar que su historia haya inspirado tantas novelas y discusiones.
Y las que quedan.

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